LA ARQUITECTURA RACIONALISTA
Con respecto a los nombres convendría hacer la siguiente aclaración: a toda la arquitectura moderna se la ha denominada Racionalista, pero dentro de ella se distinguen dos variantes o caminos, que, por otra parte, no son opuestos:
a) el funcionalismo, que busca estructuras que sirvan a la función de los edificios, huye de la decoración añadida, intenta integrar la arquitectura en el espacio exterior y para ello varía el concepto de muro sustentante y aislante, transformándolo en una piel de cristal, envolvente, pero no aislante.
b) el organicismo busca la fusión de las partes y elementos de un edificio entendido como un todo orgánico que imita a la naturaleza y se inserta en ella como parte integrante de la misma.
LA ARQUITECTURA RACIONALISTA MODERNA (Una aproximación más matizada)
La arquitectónica moderna se movió entre dos concepciones diferenciadas:
a) el funcionalismo, que busca estructuras que sirvan a la función de los edificios, huye de la decoración añadida, intenta integrar la arquitectura en el espacio exterior y para ello varía el concepto de muro sustentante y aislante, transformándolo en una piel de cristal, envolvente, pero no aislante.
b) el organicismo busca la fusión de las partes y elementos de un edificio entendido como un todo orgánico que imita a la naturaleza y se inserta en ella como parte integrante de la misma.
LA ARQUITECTURA RACIONALISTA MODERNA (Una aproximación más matizada)
La arquitectónica moderna se movió entre dos concepciones diferenciadas:
1.- el racionalismo funcionalista: la búsqueda del rigor geométrico derivado de un racionalismo estricto creará construcciones inscritas en la ortogonalidad empleando sólo materiales industriales y absteniéndose de cualquier elemento decorativo; la belleza que se persigue es la que emana de la perfecta adecuación de la forma a la función. W. Gropius, Le Corbusier y Mies van der Robe, figuran entre los más relevantes arquitectos que adecuan su obra a estas premisas.
2.-Enfrentada a la severidad del funcionalismo, aunque compartiendo con él multitud de presupuestos, el racionalismo organicista desarrolla una arquitectura de síntesis entre la pureza de la línea recta y el dinamismo de la curva; para ello conjuga los nuevos materiales con los extraídos de la naturaleza y busca en ellos una expresividad nueva que, sin caer en lo decorativo, no desdeña los valores sensuales y emotivos. Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto son sus más brillantes defensores.
PRINCIPIOS COMUNES AL FUNCIONALISMO Y AL ORGANICISMO
a) En ambas concepciones arquitectónicas subyace la nueva sintaxis espacial formulada por el cubismo y explorada por el constructivismo y De Stijl: un espacio continuo y multidireccional en el que ya no existen las jerarquías antagónicas del tipo delante-detrás, antes-después o interior-exterior.
La nueva arquitectura no se define por su oposición al exterior sino por el modo de interrelacionarse con él. Interior y exterior no se oponen sino que se articulan e interpenetran; los grandes vanos acristalados introducen el paisaje en el espacio acotado como interior a la vez que elementos voladizos prolongan éste más allá de la caja-habitación. Paralelamente, el interior de la vivienda deja de ser una suma de espacios netamente separados para organizarse en la coherencia de una misma unidad; se construye desde dentro hacia fuera, es el interior el que determina al exterior y no lo contrario como había sido habitual en la arquitectura tradicional.
b) Un segundo principio común a los protagonistas del desarrollo de la nueva arquitectura, es su fe en la capacidad para transformar la sociedad a través de la mejora de las condiciones de vida derivadas de la propia arquitectura.
Más que en ninguna otra disciplina, por ser punto de confluencia entre todas ellas, la arquitectura será un vasto campo de experimentación plástica dirigida hacia el logro de la utopía social. Se busca el sentido unitario de la arquitectura como obra de arte total; pintura, escultura y diseño de interiores, arquitectura y urbanismo, son factores de una misma ecuación. Los pioneros de la nueva arquitectura lo son también de todos los elementos que participan en la formulación del hábitat humano, la ciudad y el mobiliario moderno participan de una misma lógica, son partes integrantes de un mismo proyecto.
Los grandes maestros de la arquitectura moderna fueron conscientes de la indisoluble ligazón que existe entre la ciudad, la casa, el mueble y el objeto cotidiano, todos ellos definidores en su conjunto del mundo en el que nos desenvolvemos y, con él, de la vida misma. Formularon así sus ciudades ideales al mismo tiempo que definían la vivienda y lo que ésta contiene. Los pioneros de la arquitectura moderna lo fueron también del urbanismo y el diseño industrial tal y como los entendemos en la actualidad. El mundo que ellos soñaron es, en gran medida, nuestro mundo.
Los arquitectos vanguardistas fueron plenamente conscientes de que el desarrollo industrial había convertido en obsoleta la estructura de las ciudades; éstas se mostraban incompetentes para absorber el rápido crecimiento demográfico e incapaces de adecuarse a la imparable expansión de los servicios y transportes que tal desarrollo exige. La solución a estos problemas es la definición de un nuevo concepto de ciudad y de vivienda.
Es aquí donde surgen las mayores divergencias. Mientras los organicistas creen en la necesidad de una arquitectura personalizada y no rechazan la expresividad de formas y materiales, los funcionalistas piensan que la mejora de la sociedad pasa por la disolución del individualismo; están persuadidos de que la satisfacción de las necesidades singulares confluye en el de las colectivas y de que la línea recta y el estricto orden de módulos geométricos encarnan por sí mismos el símbolo de la nueva sociedad.
Los arquitectos vanguardistas fueron plenamente conscientes de que el desarrollo industrial había convertido en obsoleta la estructura de las ciudades; éstas se mostraban incompetentes para absorber el rápido crecimiento demográfico e incapaces de adecuarse a la imparable expansión de los servicios y transportes que tal desarrollo exige. La solución a estos problemas es la definición de un nuevo concepto de ciudad y de vivienda.
Es aquí donde surgen las mayores divergencias. Mientras los organicistas creen en la necesidad de una arquitectura personalizada y no rechazan la expresividad de formas y materiales, los funcionalistas piensan que la mejora de la sociedad pasa por la disolución del individualismo; están persuadidos de que la satisfacción de las necesidades singulares confluye en el de las colectivas y de que la línea recta y el estricto orden de módulos geométricos encarnan por sí mismos el símbolo de la nueva sociedad.
Esta misma divergencia en la concepción de la vivienda se traslada al proyecto de la ciudad. Partiendo del común acuerdo de la necesidad de concebir un nuevo urbanismo que posibilite la necesaria articulación entre ciudad y naturaleza, una ciudad donde la moderna tecnología no esté reñida con los valores del idealismo humanista, Wright define una ciudad de desarrollo horizontal que se opone a la ciudad vertical de Le Corbusier; ambas, sin embargo, se entienden como motores de un gran proyecto de renovación social, son bellas formulaciones de una utopía.