sábado, 21 de marzo de 2009

LA ARQUITECTURA DE F. L. WRIGHT









La simbiosis entre arquitectura y naturaleza. Frank Lloyd Wright

1901, un joven arquitecto con estudio en Chicago, Frank Lloyd Wright (1867-1959), publicó un artículo donde presentaba una concepción de casa muy innovadora. Bajo el título de Una casa en la ciudad de la pradera describía una vivienda de dinamismo marcadamente horizontal: tejados bajos ligeramente inclinados, amplios ventanales apaisados y terrazas antepuestas y semiabiertas que se prolongan en la extensión del paisaje. Tuvo un éxito inmediato y durante diez años su producción se centraría en la construcción de viviendas unifamiliares formuladas dentro de una tipología conocida como Casa de la pradera.

Sobre un basamento de cemento se levanta una construcción de dos plantas. Los dormitorios en la planta superior, mientras que la parte baja, sin divisiones internas, se estructura en torno a la chimenea. La parte alta prolonga su horizontalidad con el ala del tejado y la inferior lo hace mediante antepechos y terrazas. Wright consigue así entablar una conexión estructural entre la casa y la superficie de la pradera sobre la que se ubica, relación que es potenciada sustancialmente por la organización libre de la planta baja y la amplitud de las cristaleras que instala en ella.

Wright invierte la forma tradicional de operar. En lugar de partir del exterior, concibe primero el espacio interior y éste se expande hacia el exterior acotándolo y definiéndolo. De este modo, la separación entre ambos nunca es de aislamiento mutuo, sino de interrelación. Sus diseños muestran un desarrollo orgánico que facilita esa articulación de la casa con la naturaleza, a la que imita sin dejar de ser cobijo frente a ella. Con esta arquitectura, Wright se oponía al hacinamiento de casas de las grandes urbes occidentales a la vez que entroncaba con la tradición constructiva de los pioneros americanos (la chimenea central, el porche a la entrada de la casa) fundida con la tradición japonesa de espacios abiertos y transformables.

Una de las obras de Wright más notables por su espectacularidad es la Casa Kauffmann, más conocida por Casa de la cascada (Bear Run, Pensilvania, 1936-37). Fiel a su ideal de construcción integrada en el entorno natural, sigue el modelo de las casas de la pradera pero adaptándose a los accidentes del terreno y sacando magistral provecho de ellos.

Colgada materialmente sobre un riachuelo, grandes terrazas en voladizo se escalonan adaptándose al curso descendente del agua. La piedra de los muros se conjuga con el hormigón armado de las terrazas, que parecen extensiones de las rocas del río. Las pantallas de cristal que dan acceso a las terrazas prolongan el espacio interior en una comunicación ininterrumpida con el paisaje. Desde el exterior, una torre central señala el centro de la construcción: la chimenea, punto neurálgico de la construcción desde el punto de vista funcional y simbólico, verdadero núcleo organizador de la planta que es cruciforme. En 1910 Wright había escrito que “el edificio moderno debía ser: una entidad orgánica... en contraste con esa vieja e insensata agregación de partes,... algo grandioso en vez de una colección contrastada de cosas pequeñas”. La casa de la Cascada es el ejemplo de lo que esto significa.

En 1932 Wright publica en el New York Times un artículo en el que explicaba su visión de la ciudad ideal. La Broadacre City, cuyo nombre revela ya el objetivo perseguido por Wrigth de integrar las actividades específicamente urbanas y las agrícolas, es una ciudad verde de crecimiento orgánico en horizontal, en la que jardines y parques conviven con los cultivos y el paisaje natural, y en la que granjas y fábricas coexisten armónicamente.

En 1946 presenta a la prensa la maqueta del Museo Guggenheim de Nueva York, su obra de madurez más importante, testimonio monumental del concepto de arquitectura orgánica entendida ésta como modelo de articulación espacial. La estructura del edificio está formada por dos espirales tangentes; entre ambas, una rampa continua crea el espacio expositivo -una galería ininterrumpida que se adhiere a las paredes externas del edificio, acotada entre éstas y una barandilla- quedando vacío el espacio central de la construcción; la oquedad interior queda resaltada por el baño de luz que desciende desde el punto más alto de la construcción. Rematado por una cúpula traslúcida, el edificio parece un gigantesco caracol enclavado en el centro de Manhattan. Construido entre 1957-59, con él se inaugura una nueva era de museos de arte contemporáneo. Éstos, lejos de ser meros contenedores de obras de arte, están concebidos para exhibirse a sí mismos como obras vanguardistas y singulares, transfiriendo en parte la condición de su propia excepcionalidad a las obras que contienen que son así reforzadas en su cualidad artística.