domingo, 23 de noviembre de 2008

El precursor: E. MUNCH


Un precursor del Expresionismo : Edvard Munch (1863 - 1944)

Pocos artistas como Munch ofrecen una relación tan estrecha entre vida y obra: los avatares personales ejercerán una influencia decisiva en la orientación de su actividad artística. Cuando aún no ha cumplido los cinco años, su madre muere víctima de la tuberculosis. Se inicia de esta forma tan temprana una relación con la muerte que habría de obsesionar al pintor durante toda su vida, pues nueve años más tarde fallecería, a causa de esta misma enfermedad, su hermana Sophie, apenas dos años mayor que él. En un entorno que el artista definió como un lugar "opresivo y triste" transcurre su infancia.

En sus comienzos, después de un breve período naturalista, hizo suya la lección de los impresionistas. Por poco tiempo, pues rápidamente dio el salto hacia el expresionismo. Su obra influyó profundamente en los expresionistas de Die Brücke.

Munch fue un precursor del expresionismo pero esta tendencia no lo define enteramente; no es difícil percibir en su pintura la presencia de una corriente antagónica : el simbolismo. Munch fue un heredero de Van Gogh y de Gauguin y tiene puntos de relación con el fauvismo. La intervención de las potencias nocturnas -el sueño, el erotismo, la angustia, la muerte- une a Munch con la tradición visionaria de la pintura. Así preanuncia, oblicuamente, algunas tentativas del surrealismo.

En la pintura de Munch aparecen una y otra vez, con escalofriante regularidad, ciertos temas y asuntos. Repeticiones obsesivas, fatales. Por una parte, son documentos, instantáneas de ciertos estados recurrentes, unos de extrema exaltación y otros de abatimiento no menos extremo; por otra, son revelaciones del misterio del hombre, perdido en la naturaleza o entre sus semejantes. Perdido en sí mismo.

Para Munch el hombre es un juguete que gira entre los dientes acerados de la rueda cósmica. La rueda lo levanta y un momento después lo tritura. En esta visión negra del destino humano se alían el determinismo biológico de su época y su cristianismo protestante, su infancia desdichada -las muertes tempranas de su madre y de una hermana, la locura de otra,-, su creencia supersticiosa en la herencia, sus tempestuosos amores y su alcoholismo, su profunda comprensión del mundo natural -bosques, colinas, cielos, mar, hombres, mujeres, niños- y su horror ante la civilización y el feroz animal humano.

Munch trasciende su pesimismo a través de la misión transfiguradora que asigna a la pintura. El artista no es el héroe solitario de los románticos; es un testigo, en el antiguo sentido de las palabra : el que da fé de la realidad de la vida y del sentido redentor del dolor de los hombres. El arte es sacrificio y la obra es el fruto de ese sacrificio. En el mundo moderno el artista es un Cristo. Su cruz es femenina. La mujer es la expresión de todos los poderes naturales, es tierra y es agua, es hierba y es plaga, pero sobre todo es tigre. La contradicción universal -vida y muerte- encarna en la lucha entre los sexos y en esa batalla la eterna vencedora es la mujer. Dadora de vida y de muerte, mata para vivir y vive para matar.

La mujer es uno de los ejes del universo de Munch. El otro es el hombre o, más exactamente, su soledad : el hombre solo ante la naturaleza o ante la multitud, solo ante sí mismo.

Munch fue uno de los primeros artistas que pintó la enajenación de los hombres extraviados en las ciudades modernas. Su cuadro más célebre, El grito lo oímos no con los oídos sino con lo ojos y con el alma. ¿Y qué es lo que oímos? El silencio eterno. No el de los espacios infinitos que aterró a Pascal, sino el silencio de los hombres. El grito de Munch, palabra sin palabra, es el silencio del hombre errante en las ciudades sin alma y frente a un cielo deshabitado.

El Grito (1893).-Munch describió así la experiencia que lo llevó a pintar esta obra: "Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado, lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza".

Este cuadro resulta el gesto más expresivo del arte contemporáneo para significar el gran desaliento del hombre moderno. Munch nos habla de sus sentimientos cuando pintó esta obra:
"Estaba allí, temblando de miedo. Y sentí un grito fuerte e infinito perforando la naturaleza". Estas frases tremendas nos hablan de una hipersensibilidad del autor que con la realización de este cuadro se convierte en altavoz de la angustia existencial que caracteriza el pensamiento contemporáneo en alguna de sus facetas. La situación personal de Munch está íntimamente relacionada con esta obra: de personalidad depresiva y traumatizado por su relación con las mujeres, a quienes odia fervorosamente y se ocupa de retratar lo más tétricamente.

El simbolismo de la imagen es patente en el rostro agitado del protagonista en primer plano, que es casi una calavera que se aprieta el cráneo con las manos para que no le estalle. El empleo de los colores, violentos, arqueados en agresivas bandas de color, es puramente simbólico y trata de transmitir al espectador el agitado estado de ánimo del autor. Esta sensación se refuerza con la presencia de dos testigos mudos, lejanos, anónimos, dos figuras negras que se recortan al fondo de una violentísima perspectiva diagonal que agrede la visión de quien la contempla. Las formas se retuercen y los colores son completamente arbitrarios, tan sólo intentan expresar el sentimiento del autor y no una verdad racional. Este rasgo es lo que incluye a Munch en la senda de otros pintores de simbolismo visionario y expresivo en una tendencia intemporal denominada Expresionismo.