EDUARDO CHILLIDA
El proceso de creación en Chillida es intuitivo, sobre la marcha, sin proyecto previo, por eso no solía nunca realizar bocetos previos, pues decía que la obra concebida a priori nace muerta. Incluso en la escultura de gigantescas dimensiones, se dejaba guiar por esa intuición, ya fuera hierro, madera, alabastro, hormigón o terracota, buscando una sintonía con la materia.
La escultura de Chillida, a diferencia de la de Oteiza, no se rige por lo constructivo, lo geométrico, aunque a veces lo parezca, lo que preside el proceso y el resultado final en Chillida es, más bien, lo imprevisto, la sorpresa de lo desconocido, el azar. En sus propias palabras: «Cuando empiezo no sé adónde me dirijo. No veo sino cierta figura de espacio de la que, poco a poco, se destacan algunas líneas de fuerza». Es la forma misma la que acaba imponiéndose: «Indefinible al principio, se impone a medida que se va precisando».
Juega constantemente con masas y volúmenes, habitados por el espacio-aire, buscando el límite de las cosas, materiales y espirituales, como contraponiendo lo lleno y lo vacío, la materia y el espacio, el ser y el no ser. Abre huecos y ventanas y descubre los espacios, tanto desde dentro a afuera como desde afuera a adentro. La escultura es una unidad, pero parece estar formada de partes articuladas, que se desarrollan y crecen, acotando, a partir de un núcleo espacial, otros espacios laterales o periféricos.
Chillida pone el acento en la materia, la masa, lo macizo, que acoge, desarrolla y se relaciona con el espacio acotado, delimitado, pero siempre abierto, fluyendo. La materia parece crecer, temblar, estremecerse, se contorsiona, se retuerce. Parece desarrollar patas, antenas como de insecto para palpar, o como las ramas de un árbol en crecimiento, expandiéndose orgánicamente. Si algo caracteriza a la obra de Chillida es la expansión de las formas.
Su escultura está ligada a la idea de espacio, que, como el tiempo, es intangible, infinito, inabarcable. Chillida sólo quiere interrogarlo, estudiarlo. Las formas lo describen, y delimitan un fragmento de ese espacio. Volúmenes, planos y líneas curvas y rectas en unión, abiertas y cerradas, «ángulos vivos». Son formas simples.
En la obra de Chillida hay muchas referencias a la música, al ritmo, a la luz y sus reflejos matizados de intensidades y sombras, al cromatismo y las texturas de las superficies de los materiales, especialmente interesantes en el alabastro. Así mismo, las relaciones entre lo ligero y lo pesado, el centro y la periferia, el desequilibrio rítmico. La forma se reitera, se repite, pero con variancias.
La escultura le sirve para dialogar con el entorno natural: la línea del horizonte, el cielo y el mar, las rocas y el viento, y para crear y simbolizar lugares de encuentro, de diálogo social.
La escultura de Chillida, a diferencia de la de Oteiza, no se rige por lo constructivo, lo geométrico, aunque a veces lo parezca, lo que preside el proceso y el resultado final en Chillida es, más bien, lo imprevisto, la sorpresa de lo desconocido, el azar. En sus propias palabras: «Cuando empiezo no sé adónde me dirijo. No veo sino cierta figura de espacio de la que, poco a poco, se destacan algunas líneas de fuerza». Es la forma misma la que acaba imponiéndose: «Indefinible al principio, se impone a medida que se va precisando».
Juega constantemente con masas y volúmenes, habitados por el espacio-aire, buscando el límite de las cosas, materiales y espirituales, como contraponiendo lo lleno y lo vacío, la materia y el espacio, el ser y el no ser. Abre huecos y ventanas y descubre los espacios, tanto desde dentro a afuera como desde afuera a adentro. La escultura es una unidad, pero parece estar formada de partes articuladas, que se desarrollan y crecen, acotando, a partir de un núcleo espacial, otros espacios laterales o periféricos.
Chillida pone el acento en la materia, la masa, lo macizo, que acoge, desarrolla y se relaciona con el espacio acotado, delimitado, pero siempre abierto, fluyendo. La materia parece crecer, temblar, estremecerse, se contorsiona, se retuerce. Parece desarrollar patas, antenas como de insecto para palpar, o como las ramas de un árbol en crecimiento, expandiéndose orgánicamente. Si algo caracteriza a la obra de Chillida es la expansión de las formas.
Su escultura está ligada a la idea de espacio, que, como el tiempo, es intangible, infinito, inabarcable. Chillida sólo quiere interrogarlo, estudiarlo. Las formas lo describen, y delimitan un fragmento de ese espacio. Volúmenes, planos y líneas curvas y rectas en unión, abiertas y cerradas, «ángulos vivos». Son formas simples.
En la obra de Chillida hay muchas referencias a la música, al ritmo, a la luz y sus reflejos matizados de intensidades y sombras, al cromatismo y las texturas de las superficies de los materiales, especialmente interesantes en el alabastro. Así mismo, las relaciones entre lo ligero y lo pesado, el centro y la periferia, el desequilibrio rítmico. La forma se reitera, se repite, pero con variancias.
La escultura le sirve para dialogar con el entorno natural: la línea del horizonte, el cielo y el mar, las rocas y el viento, y para crear y simbolizar lugares de encuentro, de diálogo social.