lunes, 27 de abril de 2009

EDUARDO CHILLIDA



















EDUARDO CHILLIDA

El proceso de creación en Chillida es intuitivo, sobre la marcha, sin proyecto previo, por eso no solía nunca realizar bocetos previos, pues decía que la obra concebida a priori nace muerta. Incluso en la escultura de gigantescas dimensiones, se dejaba guiar por esa intuición, ya fuera hierro, madera, alabastro, hormigón o terracota, buscando una sintonía con la materia.

La escultura de Chillida, a diferencia de la de Oteiza, no se rige por lo constructivo, lo geométrico, aunque a veces lo parezca, lo que preside el proceso y el resultado final en Chillida es, más bien, lo imprevisto, la sorpresa de lo desconocido, el azar. En sus propias palabras: «Cuando empiezo no sé adónde me dirijo. No veo sino cierta figura de espacio de la que, poco a poco, se destacan algunas líneas de fuerza». Es la forma misma la que acaba imponiéndose: «Indefinible al principio, se impone a medida que se va precisando».

Juega constantemente con masas y volúmenes, habitados por el espacio-aire, buscando el límite de las cosas, materiales y espirituales, como contraponiendo lo lleno y lo vacío, la materia y el espacio, el ser y el no ser. Abre huecos y ventanas y descubre los espacios, tanto desde dentro a afuera como desde afuera a adentro. La escultura es una unidad, pero parece estar formada de partes articuladas, que se desarrollan y crecen, acotando, a partir de un núcleo espacial, otros espacios laterales o periféricos.

Chillida pone el acento en la materia, la masa, lo macizo, que acoge, desarrolla y se relaciona con el espacio acotado, delimitado, pero siempre abierto, fluyendo. La materia parece crecer, temblar, estremecerse, se contorsiona, se retuerce. Parece desarrollar patas, antenas como de insecto para palpar, o como las ramas de un árbol en crecimiento, expandiéndose orgánicamente. Si algo caracteriza a la obra de Chillida es la expansión de las formas.

Su escultura está ligada a la idea de espacio, que, como el tiempo, es intangible, infinito, inabarcable. Chillida sólo quiere interrogarlo, estudiarlo. Las formas lo describen, y delimitan un fragmento de ese espacio. Volúmenes, planos y líneas curvas y rectas en unión, abiertas y cerradas, «ángulos vivos». Son formas simples.

En la obra de Chillida hay muchas referencias a la música, al ritmo, a la luz y sus reflejos matizados de intensidades y sombras, al cromatismo y las texturas de las superficies de los materiales, especialmente interesantes en el alabastro. Así mismo, las relaciones entre lo ligero y lo pesado, el centro y la periferia, el desequilibrio rítmico. La forma se reitera, se repite, pero con variancias.

La escultura le sirve para dialogar con el entorno natural: la línea del horizonte, el cielo y el mar, las rocas y el viento, y para crear y simbolizar lugares de encuentro, de diálogo social.